Espera un momento, párate a pensar. ¿Qué tienes en la cabeza? Sh, no lo digas, ya lo sé. Preocupaciones, problemas, quebraderos de cabeza... Pero te equivocas si piensas que la vida es preocupante, problemática o quebraderadecabeza. La vida no es dolor, ni cambio, ni malestar... Piensa en la vida como algo bello, como el regalo más maravilloso firmado por anónimo.
Miras a tu alrededor y no ves más que cambio, devenir, agobio, gente que se precipita sobre la calle, atareada... Coches, casas altas, ruido; mucho ruido.
Ahora pasas a un camino. No se oye nada, tampoco pájaros ni hojas que se mueven con el viento. De repente, miras a ambos lados y descubres que estás sola. Te asustas, pero tranquilo. Nada va a pasarte. A veces lo más bello no puedes percibirlo a través de tus sentidos. Los sentidos son demasiado primitivos. Cierra los ojos y simplemente respira hondo.
Acto seguido, comienza a caminar. No caigas en dar vueltas sobre ti mismo, tienes que avanzar. Sin miedo, hombre, que por muy despacio que andes no vas a evitar caerte. Eso sí, con cabeza, usando primero un pie y luego el otro. Izquierdo. Derecho. Izquierdo. Derecho...
De repente, oyes un ruido. Al principio es apenas perceptible. ¿Lo escuchas? Alguien llora. Avanzas, ahora algo más lentamente, hasta que paras. ¡Otro ruido! Esta vez parece que alguien se está riendo. Tú sonríes, porque sí. Por el simple hecho de que cuando una persona ríe te contagia. Ese simple y maravilloso hecho. Estás pensando en esto cuando vuelves a oír al que lloraba. Parece que ahora lo hace menos, pero está más cerca, se oye más fuerte. Vuelve a romper, te duele la cabeza y te tiemblan los pies al andar. No quieres acercarte. Por instinto tiendes a no acudir a la tristeza, pero una parte de ti quiere ir y ver qué pasa. Otra parte quiere conocer al que se ríe, conocer la alegría para que te la transmita y ser feliz. Sin embargo, vanzas contra tu propia voluntad. Hay un árbol, y bajo el mismo, solloza un niño. Alza los ojos, son azules, aún más con lágrimas en los ojos. Tiene los pelos pegados a la cara por el mejunje de sus propias lágrimas. De repente, tus cejas se fruncen sin querer y se te ponen los ojos brillantes, ¿no te ves? Venga, vamos, así no ayudas.
Ahora, le atusas el pelo al niño, y como por arte de magia, le ofreces una piruleta que misteriosamente sacas de tu bolsillo. Ves esto como un gesto muy de película hasta que el chaval te golpea la mano y la piruleta cae al suelo. Te enfadas y tu alma comienza a llorar. El niño se va poniendo morritos y desaparece de tu camino.
Te quedas en estado de shock, enfadado. ¡Pero qué niño más maleducado! ¿Quién se ha creído? Tú que habías ido con toda tu buena intención y te ha tratado con desprecio. Sin embargo, estás pensando en esto cuando recuerdas su sollozo, sus gemidos... sus ojitos pequeños pero tan llenos de vida. Sientes pena. Es muy pequeño.
Sin embargo, ya se ha ido, no puedes buscarlo para consolarlo. En fin. Continúas caminando. Uy, una piedra. Das un traspié y continúas mirando la pequeña piedra que te ha hecho perder el equilibrio, observándola como si fuese culpable de tu inestabilidad. Vuelves la cabeza al frente, al menos con la tranquilidad de que esa piedra queda en el camino ya pisado y que no volverás a tropezarte con justo esa misma.
Piensas que el mundo es injusto, que las piedras son muy grandes, y como tu último recuerdo del camino fue esa pequeña piedra, te aferras a ella para tener en qué pensar durante tu trayecto, que por llamar de alguna forma, llamaremos vida.
De pronto, ves un árbol frondoso. Te quedas maravillado, sus hojas son las más verdes que vieran ojos humanos. Vas bajando la vista, por el tronco de curvas espectaculares de la hermosa planta. Y cuando llegas abajo esperando encontrar las raíces, no están. Ni una sola. Estas, permanecen ocultas bajo tierra, podridas. Pero tú no lo sabes. Tú piensas que es un árbol sano y bello, digno de admiración. Y no te das cuenta, hasta que descubres que en la parte trasera hay algunas manchas. Eres un inteligente biólogo, por lo que las reconoces y sabes que está enfermo. Entonces, sientes algo parecido a la decepción. Y cabizbajo, continúas tu camino. Te sientes traicionado, ingenuo, no has sabido reconocer desde el principio el malestar, te habías dejado embaucar por el olor de sus hojas, frescas y verdes. ¡Qué iluso!
No queda más remedio que avanzar. El paisaje es bonito. Ahora ves flores y oyes por fin a los pájaros trinar, el viento fresco en tu cara, tu vista parece aclararse, el sol brilla radiante y cierras los ojos para sentir desde muy dentro ese momento íntimo, tal vez efímero.
Y cuando los abres, está lloviendo. En realidad, te encanta la lluvia. Te moja los cabellos y empiezas a bailar con movimientos exagerados. Paras y te ríes porque te ves patético, das un par de vueltas riéndote a carcajadas y caes al suelo, sintiendo el picor que produce el césped en tu piel. Duele, pero a la vez es agradable.
Te tiendes de lado y te acurrucas. Ahora lloras. No te gusta la tormenta. Solo lluvia -gritas. Y repites esa palabra desesperado. Los truenos parecen gritarte a ti en tu cabeza. Y tú gritas aún más alto, como si se tratase de una competición... Hasta que te quedas dormido.
Te levantas, con la cabeza llena de claros y nubes y dudas sobre si volver a caminar. Lo haces.
Ahora hay un río. ¿Ancho? Unos cinco metros. Te da miedo saltar. Miras abajo. Vale, ahora sí que no salto. Voces te piden que saltes. Ves que hay gente al otro lado. Ondean sus manos para captar tu atención. Te desesperas. Quieres pero no puedes. Vas a morir, no es buena idea, no podrás pasar seguro... Los demás siguen gritando, que te quieren y necesitan verte, que no te pasará nada, que ellos te ayudarán...
Sintiéndolo mucho, caminas por la ribera del río. Ves que al otro lado, las personas caminan en tu misma dirección. Te alegras y empiezas a correr, para alcanzar antes un puente o algún estrechamiento del río. Corres más rápido, imaginándote cómo te estarán esperando, llorando de alegría, abrazándote. Tal vez ellos sepan dónde está el final del camino.
Por fin ves un puente. ¡Qué alegría! Corres todavía más rápido, cruzas y... Ya no hay nadie. Parece que dejaron de seguirte. Dudas sobre si ir en su busca, pero acabas determinando que no vale la pena.
Avanzas. Una piedra. Ay, esta sí me ha dolido.
Avanzas. Otra, y otra. Te crees el más desdichado del mundo.
Pero entonces, notas el tacto de un dedo que golpea incesante sobre tu espalda. Miras, y alguien te sonríe. Por fin tienes compañero de viaje. Habláis de todo lo que os pasó desde que empezasteis a leer esto el camino. Parece simpático. Cada uno cuenta su perspectiva, tenéis muchas cosas en común. Y llegáis a uno de muchos cruces, y él, sin decir apenas adiós, va por un camino distinto del tuyo. Tú, casi sin quererlo, te alejas y tus pies parecen avanzar por otro. No quiero. Eh, para. No te vayas. Pero no te oye. Ya está muy lejos. Tu alma llora.
[...]
Avanzas.
[...]
Avanzas.
[...]
Estás cansado. Repites las sensaciones de tu entorno muchas veces, conoces a muchos amigos que tienen que seguir por otro camino, lloras, cantas, ríes... y en distinto orden pasa lo mismo.
Te das cuenta de que ya muchos han llegado al final de su camino, o al menos eso te han contado algunos sobre otros que le han dicho sobre los primeros.
El caso es que no sabes si creerlo, pero necesitas pensar que hay una meta.
Entras en un túnel, tal vez sea la vejez, o la enfermedad. Y todo parece oscurecerse. Ya no ves nada. Y es en ese momento cuando añoras lo ya pisado y quieres volver allí, pero por otro tienes la curiosidad de saber qué habrá al final del camino, tras el túnel, si algún día llegará una luz en tu penumbra. Avanzas decidido, no hay que tener miedo, eso lo has aprendido después de tantos kilómetros... Y un atisbo de luz aparece ante tus ojos. Pero estás cansado, no puedes correr. Como por arte de magia, tus pies siguen caminando. Miras atrás. En la lejanía, se oyen voces que suplican que regreses, pero tú has de continuar. Esas voces hacen eco en el túnel. Algunas te suenan, y les pones cara, y ojos, y sentimientos, y recuerdos...
Sonríes. La luz está más cerca, ya queda menos, ¡qué nervios! Ahora la luz se hace mayor, ciega tus ojos ávidos de ella, penetra en tu alma, ya es el final del túnel...
[...]
¿Y ahora qué? ¿Qué pasa ahora? ¿Saben? Aquí solo me dedico a escribir, no soy adivina. Eso lo dejo en vuestras manos, ahora mi camino se separa del vuestro. Buena suerte, amigos. Imaginen qué puede haber, sueñen, crean...
Aprovechen cada segundo de luz. Caminen. Avancen.
Vita est bellissima



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