Quizá fue su presencia lo primero que me llamó mi atención. Baja por la rampa armado con lanza y escudo -o mapa y maletín, si se prefiere-. Sube a la tarima y, con la virtud de la experiencia, conquista la clase.
Aquel aula, aquella cochera casi subterránea es su medio. No necesita portátiles ni pantallas digitales. Él usa un útil tradicional y preciso: la tiza. De cuando en cuando se saca de la manga algún artilugio para proyectar diapositivas o una radio en la que suena un casete con el "Himno de riego". Esa presencia de la que hablo es su saber estar, su vocabulario siempre exquisito, su ironía discreta, su humor inteligente... Desde la tarima, el aula le pertenece, casi evoca a la terribilitá de las esculturas de Miguel Ángel (...) Apenas me di cuenta de cómo sus palabras calaban hondo, aunque por entonces no las comprendiese: "La Historia no es un cuento". Mi memoria las abrazaba, asimilándolas a mi mente. Y mientras tanto, él construía interminables esquemas en la pizarra. Yo, en aquel tiempo ignoraba que ese era su modus operandi: como sigilosos dedos, abriéndose paso por la mente y sin avisar, enraizaba muy adentro. Invitaba a la lucha, retaba, como susurrando a quien pudiese oírlo: "Adelante, pelea, ya sabes cómo va el juego..." Y tú sonreías intrigada, aceptando el duelo, comenzando a ver cómo todas esas ruecas que ya tú unías en sus esquemas se deslizaban armoniosamente. Guau. La Historia se mueve; es dinámica. Y él sonreía para sí, porque ya te lo dijo... Incrementaba el ritmo, cada vez unía menos piezas, las ensamblabas tú misma para que él te mostrase cómo la maquinaria funcionaba con la precisión de un reloj. Y entonces advertías que el combate nunca fue contra él, dado que luchaba a tu lado, codo a codo contigo, contra todo aquello que te impedía entender. Y justo cuando comprendes la grandeza de su empresa, cuando esas palabras que él hizo descender a tus cimientos florecen y cobran sentido, reestructurándote, él deja de enseñarte Historia del Mundo Contemporáneo. "La Historia no es un cuento... es una herramienta para comprender la realidad". Te deja sus armas y murmura: "Ahora es tu turno". Nunca su racionalidad enfrió la Historia. Solo fue desnudándola para mostrar su primitiva estructura. Sin embargo, ¿quién podría afirmar que deshumanizó de esta forma la asignatura, cuando entre susurros, una clase cualquiera, nos hizo sentir la piel abrasada por las oleadas flamígeras de aquel orgasmo de calor y fuego de las bombas caídas en Hiroshima y Nagasaki? En cada mueca una tragedia; la maquinaria completa: la Vida. Eso me enseñó a mí él:V I D A.
Aquel aula, aquella cochera casi subterránea es su medio. No necesita portátiles ni pantallas digitales. Él usa un útil tradicional y preciso: la tiza. De cuando en cuando se saca de la manga algún artilugio para proyectar diapositivas o una radio en la que suena un casete con el "Himno de riego". Esa presencia de la que hablo es su saber estar, su vocabulario siempre exquisito, su ironía discreta, su humor inteligente... Desde la tarima, el aula le pertenece, casi evoca a la terribilitá de las esculturas de Miguel Ángel (...) Apenas me di cuenta de cómo sus palabras calaban hondo, aunque por entonces no las comprendiese: "La Historia no es un cuento". Mi memoria las abrazaba, asimilándolas a mi mente. Y mientras tanto, él construía interminables esquemas en la pizarra. Yo, en aquel tiempo ignoraba que ese era su modus operandi: como sigilosos dedos, abriéndose paso por la mente y sin avisar, enraizaba muy adentro. Invitaba a la lucha, retaba, como susurrando a quien pudiese oírlo: "Adelante, pelea, ya sabes cómo va el juego..." Y tú sonreías intrigada, aceptando el duelo, comenzando a ver cómo todas esas ruecas que ya tú unías en sus esquemas se deslizaban armoniosamente. Guau. La Historia se mueve; es dinámica. Y él sonreía para sí, porque ya te lo dijo... Incrementaba el ritmo, cada vez unía menos piezas, las ensamblabas tú misma para que él te mostrase cómo la maquinaria funcionaba con la precisión de un reloj. Y entonces advertías que el combate nunca fue contra él, dado que luchaba a tu lado, codo a codo contigo, contra todo aquello que te impedía entender. Y justo cuando comprendes la grandeza de su empresa, cuando esas palabras que él hizo descender a tus cimientos florecen y cobran sentido, reestructurándote, él deja de enseñarte Historia del Mundo Contemporáneo. "La Historia no es un cuento... es una herramienta para comprender la realidad". Te deja sus armas y murmura: "Ahora es tu turno". Nunca su racionalidad enfrió la Historia. Solo fue desnudándola para mostrar su primitiva estructura. Sin embargo, ¿quién podría afirmar que deshumanizó de esta forma la asignatura, cuando entre susurros, una clase cualquiera, nos hizo sentir la piel abrasada por las oleadas flamígeras de aquel orgasmo de calor y fuego de las bombas caídas en Hiroshima y Nagasaki? En cada mueca una tragedia; la maquinaria completa: la Vida. Eso me enseñó a mí él:V I D A.

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