domingo, 4 de noviembre de 2012

Estas navidades...

Turrón de chocolate. Y cada vez antes. A mí casa ya ha llegado, mucho antes que la Virgen María, que Jesús y hasta que los Reyes Magos. Aquí cada año parece ser antes eso que llaman Adviento (las cuatro semanas previas a la Navidad, por si hay algún despistado). Y eso por no hablar de los "mantecaos", y los niños que los venden y aprovechan la ocasión para sacar un dinerillo para ir de viaje de fin de curso. Cuando no es tu primo, es tu hermano, y cuando no es tu hermano, es el hijo de una compañera de trabajo de tu padre. El caso es que siempre llegan a casa una caja de Pequibom, de bombones de coco, de Nupis o de trufas de chocolate. Todo ello bajo en calorías... si total, ahora en invierno con tantas capas no se nota la barriguita. Ya llegará el verano y la "operación biquini" y nos acordaremos de los matecados y los bombones. Empezamos con el mes de noviembre y ya hay una sección en el Mercadona dedicada a toda suerte de dulces navideños (incluidos los paneles con ventanitas que nadie sigue el ritmo diario, sino que se come dos porque ayer se le olvidó... y otro por mañana no vaya a ser que se olvide también).


Y nos dejamos llevar por este consumismo obligado y en forma de hombre panzón vestido de rojo, que para más inri, no es ni español y entra por la chimenea, sin importale la higiene en absoluto. Si es mago, ¿no podría hacerlo atravesando paredes o algo así? Y encima viaja en renos, que esos ni siquiera existen aquí (como si hubiese muchos camellos). En fin, que si vamos a adoptar tradiciones extranjeras, al menos que guarden un mínimo de lógica, digo yo.



Pero nosotros tragamos, casi engullimos y nos hacen creer que de verdad ya han comenzado las fiestas con luces de colores en toda la avenida. Y nos gusta, al menos a mí. Pero todas esas luces solo son para cegarnos ante la idea de a qué se deben estas fiestas, nos dejamos guiar por lo quieren los comercios: vender, vender y vender. Y lo aceptamos y casi cerramos los ojos ante esta realidad. Porque a veces la ignorancia nos da felicidad, por triste que parezca.
Luego, en fin de año la gente a desfasarse, a emborracharse y Dios sabe qué más cosas. Los jóvenes alquilamos un local, donde nos cobran una barbaridad para lo que luego nos ponen allí, que no se puede uno ni mover para bailar. Pero, como es lo que hacen todos, "no vamos a ser menos". Y es que da hasta pena que haya gente que el día 1 de enero no se acuerde de lo que hizo el último día del año anterior...



Y también están las revistas con juguetes de niños, todos los años lo mismo pero con más motores. Esos muñecos diabólicos que ya son casi como bebés de verdad: se hacen pipí, tienen hambre, piden "bibi"... Ni un niño real tiene tantas necesidades. Además, lo piden en un perfecto español, pero con voz desagradable, y dan besitos cuyo sonido, si proviniese desde abajo de mi cama, yo me moriría de miedo.



Esas interminables cartas que escriben con bolígrafos de colorines, meten en un sobre, van a dárselo en mano al mismísimo cartero real... Y todo para que a los pobres les traigan luego un diccionario o el libro que les han mandado leer para el segundo trimestre. Y los padres diciendo con sonrisa irónica: "Lo que tú querías". ¿Es que no os da lástima la carita de ese niño, desilusionado, pensando que se ha debido de portar fatal para que le traigan semejante regalo? Ya ni carbón, sino material de estudio. Y es que la cosa está muy mala, por si alguien no lo ha notado. Y eso es lo que nos espera este año, regalar paquetes de pañuelitos (o incluso un único pañuelo, y ya ampliaremos la colección el año que viene) para pasar el resfriado en casita y no gastar en la gasolina para ir a la farmacia o al médico.



Y para terminar con esta positivísima entrada, acabo diciendo que, queridos niños: No vais a tener tiempo de disfrutar de vuestros juguetes en caso de que os lleguen porque AL DÍA SIGUIENTE TENÉIS QUE IR AL COLE...

LO QUE TÚ QUERÍAS ;)

Como diría un viejo amigo: Hó-hó-hó, ¡Feliz Navidaad!


No hay comentarios:

Publicar un comentario