domingo, 14 de abril de 2013

¡Marchando unas rimas para la mesa dos!

Incontables son los días en los que,
entre quejas y “cinco minutos más”,
he despertado para venir de nuevo
al que durante años ha sido mi hogar.


Podríamos empezar por primero de la ESO
y las maravillosas mitocondrias de Isabel,
sin olvidar el musical de Mauricio
o los exámenes de vocabulario de José Manuel.

Con la pronunciación perfecta de Federico
y el suave acento francés de José Sánchez
continúo un curso más aquí dentro,
aunque ha venido nuestra Mari Ángeles.

Ella, de Lengua, la alegría de la huerta,
que ayudada por David, nos hacía tanto reír.
Eso sin olvidarme del Quijote de Historia
que con su mapa sigue rondando por aquí.

Ese segundo inolvidable gracias a ellos
y a los que, como Nati, ya no están.
Pero el año rápidamente pasó
y en tercero, de repente, iba a entrar.

Este fue el año de los milagros
pues sucedió algo sin igual.
En matemáticas con Dolores
¡un nueve conseguí sacar!

Echaba de menos a Concha y sus dibujos,
y a Mauricio y sus vídeos de la Jurado.
Aunque con risas, uno se da cuenta:
lo fácil aquí se había acabado.

Con docentes como Moira
el temido cuarto no se hizo esperar.
En el viejo aula de ordenadores,
con la culta Chus, Latín tenía que dar.

Representamos cuentecillos en el teatro
con la querida Toñi de Francés,
y nos fuimos a Londres con la dulce Cristina
y con el simpático Fran de Inglés.

A Bachillerato llegué por fin
dando clase en mi querida cochera
con Flor que, aunque simpática,
un poco dura también era.

A Juan Ramón con sus chistes conocí,
y la admirable Rocío volvió a darme clase.
El temido Alfredo nos enseñó a pensar,
regalando sonrisas y exámenes interminables.

Y en un suspiro, segundo de bachillerato.
Entre nervios, profesores que te agobian:
los cuadros y las esculturas de Tere,
y las carcajadas y Lupe con su Historia.

Entre las paredes de nuestro Llorente
se encierran momentos, amistades y locuras.
Y a pesar del agobio y los enfados…
Gente, no voy a olvidaros nunca.

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