domingo, 31 de marzo de 2013

Yo, mí, me, conmigo.

Yo. Ego. εγώ. I. Je. Ich. 我. Io. Eu. 

Tantas formas de decirlo como idiomas existen; es una palabra que llena nuestra vida. Está presente en cada día: no pasa uno en que no la pronunciemos. Nos identificamos con ella. Y sin embargo, ¿quién sabe realmente qué significa?

Hace unos días en clase de Filosofía, mientras estudiábamos a Hume, la profesora nos hizo reflexionar: nos preguntó si nuestra forma de vestir, nuestras opiniones, nuestros pensamientos o nuestros ideales habían cambiado desde que éramos pequeños hasta hoy. Es más, desde unos meses. ¡Es más! ¿Pensábamos igual ayer que hoy? Tras esta reflexión nos hizo contestar a la pregunta clave: ¿Quién soy yo? 

En clases anteriores habíamos tratado el tema de la esencia -la profesora gusta de hacer referencia siempre al anuncio de Mercedes-, es decir, lo que algo es o lo que hace que algo sea lo que es. Y la mayoría no dudó en echar mano de eso para contestar: Aunque todo parece cambiar, hay algo, mi esencia, que queda bajo todo eso. Mis principios, mi educación. Todo eso queda a pesar de cuanto cambie en mí. 

Yo -¡aquí el dichoso concepto!- decidí cuestionarlo todo. Objeté que la educación e incluso los mismos principios eran adquiridos. Podríamos haber recibido cualquier otros... ¿Qué si hubiésemos nacido en otro país, en otra familia, en otra cultura, con otro cuerpo? 

Algunos argumentaban que científicamente estaba demostrado que todos teníamos ciertas predisposiciones genéticas. Y este otro tema también lo trabajamos en Filosofía el curso pasado. ¡Nuestra naturaleza nos condiciona, pero no nos determina! Nacemos con un talante, pero es solo la base de nuestro carácter y para forjar este último son esenciales nuestras experiencias. 

Y con toda esta mezcla de argumentos y opiniones, yo concluí mi ejercicio diciendo: Yo soy yo pero podría haber sido cualquier otra persona. Defendí mi respuesta y sonaba convincente. 

Sin embargo... Este asunto dio vueltas por mi cabeza una y otra vez. Porque realmente, aunque racionalmente esta respuesta me satisfacía, algo en mí no me dejaba poner un punto final al debate interior.

Y es que si el principio de la casualidad rige el mundo, si podríamos ser vosotros, o ellos en lugar de nosotros, si lo mismo pudiésemos ser o no... ¿Qué sentido tiene todo?

El sentido de la vida. El sentido de la existencia. Los porqués. Los cómo. Los quién. Los qué. Los cuándo. 

¿Qué nos responde a eso? La Filosofía es como un camino de migas de pan que alguien dejó para nosotros. Cada una es una pregunta... Pero ninguna tiene respuesta. Sin embargo, las migas nos dejan a las puertas de un sendero, y a este, yo, hoy quiero llamarlo Religión.

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